Saturday, October 07, 2006

La tía Rosaura

Tendría yo nueve años, cuando la guerra entre mi madre y mi tía Rosaura entró en un período de tregua.
Las dos familias, por fin, pudieron intercambiar navidades, cumpleaños, vacaciones, y no solamente el café con cognac de los velatorios.
La paz entre las dos cuñadas, nos permitió a mis primos y a mí, saborear tardes soleadas a la sombra del monte de eucaliptus de los tíos, ó adormilarnos apretujados frente a la chimenea, cuando la escarcha de julio dejaba la tierra dura.
Pero lo mejor nos tocó a Ivana y a mí. Por causa de esa curiosidad que crecía a la par de nuestras piernas flacas, nos hicimos astutas, silenciosas e invisibles.
Y así, escondiéndonos en el armario grande de la cocina, ó fingiendo estar dormidas en el sillón de la sala, nos fuimos metiendo, despacito, en lugares insospechados.
Supimos que la hija de Doña Angela estaba de "compras", con un globo gigante que traicionaba el casamiento de hacía dos meses, "como era de esperar", porque "esa chica andaba siempre suelta y aligerada", sentenciaba la tía.
También que al marido de la maestra lo habían visto, lo mas campante, correteando a la hija del almacenero, cerca del maizal del viejo "Pata de palo". Y con estas cositas, nuestros saberes se ampliaban tarde a tarde.
Aprendizaje adquirido sin permiso, robado, secreto y nuestro, donde quedaban, a veces, algunos interrogantes. Estos iban a la lista de "lo que no entendíamos", por ejemplo: que comer mandarinas te cortaba "el asunto", y que la maestra tenía esa cara porque "no merecía seguido".
Mamá soportó, para nuestra desgracia, poco tiempo la andanada de referencias maliciosas de la tía Rosaura y así como llegamos, nos fuimos.
Papá no hizo preguntas, como siempre, desentendiéndose de las "cosas de mujeres".
Mamá volvió a la máquina de coser, a armar y desarmar cuellos gastados, mientra escuchaba los radioteatros de Rolando Chávez en radio "Porteña".
Me reencontré con mis primos algunos veranos mas adelante, al morir la abuela Teresa, que tan vieja estaba que ni se enteró que se moría.
Ya contaba con catorce años, lo del "asunto" me atormentaba cada mes, con encierros y días enteros sin bañarme, porque "se me podía subir la sangre a la cabeza" y lo de tener cara de vinagre por no "merecer seguido" iba tomando forma.
Lo que también iba tomando forma era el frente de mi prima Ivana, para mi bronca y odio por mi pecho liso y escuálido.
Ivana y la metamorfosis de los diecisiete, alta, el cabello brillante, ondeando alrededor de una de las caras mas lindas del pueblo. El pecho erguido y la cintura angostita, ayudando a resaltar las "redondeces que llevan al pecado", versión tía Rosaura.Ahí me enteré que, además, la muy suertuda ya sabía lo que era un beso. Porque a la salida de la misa del domingo, se escapaba por un par de horas, con José María, el hijo de la maestra.
Eso terminó de hundirme en la agonía de mis imberbes catorce años, porque sí que era lindo el José María. El mas lindo de
todos.
Para mediados de junio recibimos la tarjeta, Ivana y Josema se casaban. La fiesta se hacía en el Club Social y Deportivo, y la ceremonia religiosa a las 20 exactas, porque teníamos que estar todos ubicados, así el cortejo recibiría a la novia en el atrio.
Así fué, porque en eso de organizar eventos, la tía Rosaura era campeona.
El tiempo se detuvo cuando llegó la carroza. En el atrio, las nenas acicaladas todas vestidas de blanco, como novias en miniatura, sotenían el cordón dorado que recibía el paso lento, mágico de Ivana y su vestido.
¡Qué preciosa estaba!. Paso a paso, los zapatitos de paño rasado la fueron llevando hacia la entrada del templo.
Al pasar busqué sus ojos. Me encontré con una mirada perdida, casi ausente. Y lo mas raro: el velo del encaje de Bruselas, que salía de la cintura contorneando la falda, apenas disimulaba el perfil combo del vientre de mi prima.
Y al paso de la novia, con las manos escondidas, las mujeres, dentro de la nave engalanada, movían los dedos, disimuladas, sacando las cuentas.

A.S.

Monday, October 02, 2006

Spilimbergo en Unquillo

Después de muchos años sin tener noticias suyas, casualmente me enteré que mi viejo amigo Carlos Alvarado, estaba luchando por su vida en una cama del Hospital Posadas en Haedo. La noticia me apenó grandemente. Carlos es de esos cordobeses, que en un buen día es capaz de hacer reír a una persona con dolor de muelas.
Nacido en Unquillo, de joven eligió recorrer el país con su guitarra al hombro, y un día, a lo mejor un poco cansado del hambre y la bohemia, se vino con su compañera de entonces, Rosita, para los pagos de Merlo. Aquí vivieron junto a sus numerosos hijos, hasta que la pareja se disolvió, no sin gran dolor y escándalo.
Yo lo comencé a tratar, cuando en una asamblea de vecinos para elegir la nueva comisión directiva de la Sociedad de Fomento del barrio, a él lo nombraron Vicepresidente y a mí Presidente.
Quiero recordar aquí, una de esas historias con que solía matizar su repertorio folklórico, y que hábilmente solía intercalar entre canción y canción, y que dejaban una enseñanza para todo el que tuviera buen oído.
La anécdota tiene como protagonista a Don Lino Eneas Spilimbergo, uno de los artistas plásticos argentinos mas importantes del siglo XX. En un momento de su vida, Don Lino, decide radicarse en Unquillo, recluído en un solitario y apartado ranchito en las afueras del pueblo, casualmente cercano a la humilde vivienda de la familia Alvarado.
Don Lino, que todos los días veía pasar a Carlos con su guitarra al hombro, un día lo invitó al rancho para que interpretara algunos temas. Vino y canciones de por medio, Carlos se amigó con el huraño pintor, y prácticamente todos los días pasaba a guitarrear por el rancho.
Contaba Carlos, que Don Lino renegaba de todo convencionalismo social, y si había algo que lo ponía de muy mal humor, era la "pequeña aristocracia" de Unquillo, que permanentemente hacía llegar pedidos para que les pintara algún retrato de alguien de la familia.
Por el contrario, Don Lino había "adoptado" a una niña muy humilde, que se hacía cargo de las tareas domésticas del hogar.
En homenaje a la niña, y como muestra de su cariño, en la pared exterior del ranchito, pintó un gran mural con su imagen. Y fué el único mural que pintó Spilimbergo en Unquillo..........
Pasaron los años, y el viajero Carlos volvió a su pueblo natal, ya con sus padres fallecidos, le quedó una única hermana casada con un famoso folklorista de nombre Gerardo, y la fama del marido, quizás, le habían abierto a la Sra. Alvarado, las puertas de la "Sociedad principal de Unquillo".
Llegaba Carlos en medio de un agitado debate pueblerino, porque una Comisión Permanente de Homenaje al pintor Lino Eneas Spilimbergo, proponía que el Municipio comprara el antiguo rancho y lo tranformara en Museo.
Al día siguiente, la Comisión en pleno junto al Intendente, organizó un gran acto frente al viejo ranchito, con todas las escuelas de Unquillo. Era el escenario ideal para hacer pública la noticia de la inauguración próxima del Museo.
Al llegar al rancho, Carlos me contó que se emocionó hondamente, pero, ¡grande fue su sorpresa al ver todas las paredes blanqueadas!.
Agitado se acercó al presidente de la comisión, que estaba departiendo con otras personalidades de "prosapia", y le gritó: ¡Bestias!, ¿Quién mandó a tapar con cal el mural de la nena?, el presidente lo miró de reojo, sonrió de costado y le contestó: ¿Desde cuándo una negrita se merece un mural y nuestras hijas no?........

S.S.