La tía Rosaura
Tendría yo nueve años, cuando la guerra entre mi madre y mi tía Rosaura entró en un período de tregua.
Las dos familias, por fin, pudieron intercambiar navidades, cumpleaños, vacaciones, y no solamente el café con cognac de los velatorios.
La paz entre las dos cuñadas, nos permitió a mis primos y a mí, saborear tardes soleadas a la sombra del monte de eucaliptus de los tíos, ó adormilarnos apretujados frente a la chimenea, cuando la escarcha de julio dejaba la tierra dura.
Pero lo mejor nos tocó a Ivana y a mí. Por causa de esa curiosidad que crecía a la par de nuestras piernas flacas, nos hicimos astutas, silenciosas e invisibles.
Y así, escondiéndonos en el armario grande de la cocina, ó fingiendo estar dormidas en el sillón de la sala, nos fuimos metiendo, despacito, en lugares insospechados.
Supimos que la hija de Doña Angela estaba de "compras", con un globo gigante que traicionaba el casamiento de hacía dos meses, "como era de esperar", porque "esa chica andaba siempre suelta y aligerada", sentenciaba la tía.
También que al marido de la maestra lo habían visto, lo mas campante, correteando a la hija del almacenero, cerca del maizal del viejo "Pata de palo". Y con estas cositas, nuestros saberes se ampliaban tarde a tarde.
Aprendizaje adquirido sin permiso, robado, secreto y nuestro, donde quedaban, a veces, algunos interrogantes. Estos iban a la lista de "lo que no entendíamos", por ejemplo: que comer mandarinas te cortaba "el asunto", y que la maestra tenía esa cara porque "no merecía seguido".
Mamá soportó, para nuestra desgracia, poco tiempo la andanada de referencias maliciosas de la tía Rosaura y así como llegamos, nos fuimos.
Papá no hizo preguntas, como siempre, desentendiéndose de las "cosas de mujeres".
Mamá volvió a la máquina de coser, a armar y desarmar cuellos gastados, mientra escuchaba los radioteatros de Rolando Chávez en radio "Porteña".
Me reencontré con mis primos algunos veranos mas adelante, al morir la abuela Teresa, que tan vieja estaba que ni se enteró que se moría.
Ya contaba con catorce años, lo del "asunto" me atormentaba cada mes, con encierros y días enteros sin bañarme, porque "se me podía subir la sangre a la cabeza" y lo de tener cara de vinagre por no "merecer seguido" iba tomando forma.
Lo que también iba tomando forma era el frente de mi prima Ivana, para mi bronca y odio por mi pecho liso y escuálido.
Ivana y la metamorfosis de los diecisiete, alta, el cabello brillante, ondeando alrededor de una de las caras mas lindas del pueblo. El pecho erguido y la cintura angostita, ayudando a resaltar las "redondeces que llevan al pecado", versión tía Rosaura.Ahí me enteré que, además, la muy suertuda ya sabía lo que era un beso. Porque a la salida de la misa del domingo, se escapaba por un par de horas, con José María, el hijo de la maestra.
Eso terminó de hundirme en la agonía de mis imberbes catorce años, porque sí que era lindo el José María. El mas lindo de
todos.
Para mediados de junio recibimos la tarjeta, Ivana y Josema se casaban. La fiesta se hacía en el Club Social y Deportivo, y la ceremonia religiosa a las 20 exactas, porque teníamos que estar todos ubicados, así el cortejo recibiría a la novia en el atrio.
Así fué, porque en eso de organizar eventos, la tía Rosaura era campeona.
El tiempo se detuvo cuando llegó la carroza. En el atrio, las nenas acicaladas todas vestidas de blanco, como novias en miniatura, sotenían el cordón dorado que recibía el paso lento, mágico de Ivana y su vestido.
¡Qué preciosa estaba!. Paso a paso, los zapatitos de paño rasado la fueron llevando hacia la entrada del templo.
Al pasar busqué sus ojos. Me encontré con una mirada perdida, casi ausente. Y lo mas raro: el velo del encaje de Bruselas, que salía de la cintura contorneando la falda, apenas disimulaba el perfil combo del vientre de mi prima.
Y al paso de la novia, con las manos escondidas, las mujeres, dentro de la nave engalanada, movían los dedos, disimuladas, sacando las cuentas.
A.S.
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