Spilimbergo en Unquillo
Después de muchos años sin tener noticias suyas, casualmente me enteré que mi viejo amigo Carlos Alvarado, estaba luchando por su vida en una cama del Hospital Posadas en Haedo. La noticia me apenó grandemente. Carlos es de esos cordobeses, que en un buen día es capaz de hacer reír a una persona con dolor de muelas.
Nacido en Unquillo, de joven eligió recorrer el país con su guitarra al hombro, y un día, a lo mejor un poco cansado del hambre y la bohemia, se vino con su compañera de entonces, Rosita, para los pagos de Merlo. Aquí vivieron junto a sus numerosos hijos, hasta que la pareja se disolvió, no sin gran dolor y escándalo.
Yo lo comencé a tratar, cuando en una asamblea de vecinos para elegir la nueva comisión directiva de la Sociedad de Fomento del barrio, a él lo nombraron Vicepresidente y a mí Presidente.
Quiero recordar aquí, una de esas historias con que solía matizar su repertorio folklórico, y que hábilmente solía intercalar entre canción y canción, y que dejaban una enseñanza para todo el que tuviera buen oído.
La anécdota tiene como protagonista a Don Lino Eneas Spilimbergo, uno de los artistas plásticos argentinos mas importantes del siglo XX. En un momento de su vida, Don Lino, decide radicarse en Unquillo, recluído en un solitario y apartado ranchito en las afueras del pueblo, casualmente cercano a la humilde vivienda de la familia Alvarado.
Don Lino, que todos los días veía pasar a Carlos con su guitarra al hombro, un día lo invitó al rancho para que interpretara algunos temas. Vino y canciones de por medio, Carlos se amigó con el huraño pintor, y prácticamente todos los días pasaba a guitarrear por el rancho.
Contaba Carlos, que Don Lino renegaba de todo convencionalismo social, y si había algo que lo ponía de muy mal humor, era la "pequeña aristocracia" de Unquillo, que permanentemente hacía llegar pedidos para que les pintara algún retrato de alguien de la familia.
Por el contrario, Don Lino había "adoptado" a una niña muy humilde, que se hacía cargo de las tareas domésticas del hogar.
En homenaje a la niña, y como muestra de su cariño, en la pared exterior del ranchito, pintó un gran mural con su imagen. Y fué el único mural que pintó Spilimbergo en Unquillo..........
Pasaron los años, y el viajero Carlos volvió a su pueblo natal, ya con sus padres fallecidos, le quedó una única hermana casada con un famoso folklorista de nombre Gerardo, y la fama del marido, quizás, le habían abierto a la Sra. Alvarado, las puertas de la "Sociedad principal de Unquillo".
Llegaba Carlos en medio de un agitado debate pueblerino, porque una Comisión Permanente de Homenaje al pintor Lino Eneas Spilimbergo, proponía que el Municipio comprara el antiguo rancho y lo tranformara en Museo.
Al día siguiente, la Comisión en pleno junto al Intendente, organizó un gran acto frente al viejo ranchito, con todas las escuelas de Unquillo. Era el escenario ideal para hacer pública la noticia de la inauguración próxima del Museo.
Al llegar al rancho, Carlos me contó que se emocionó hondamente, pero, ¡grande fue su sorpresa al ver todas las paredes blanqueadas!.
Agitado se acercó al presidente de la comisión, que estaba departiendo con otras personalidades de "prosapia", y le gritó: ¡Bestias!, ¿Quién mandó a tapar con cal el mural de la nena?, el presidente lo miró de reojo, sonrió de costado y le contestó: ¿Desde cuándo una negrita se merece un mural y nuestras hijas no?........
S.S.
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